lunes, 23 de agosto de 2010

Eramos de Letras

Nunca lo supo. Era realmente de esas personas que uno cuando la cruza tiende a mirar dos veces, atraído por la curiosidad de comprobar que la primera impresión que tuvo, no era equivocada.

Se podría decir que su andar era gracioso, su cara hermosamente labrada, pero en completa desarmonía con su cuerpo.

Caminaba como si el mismísimo amo de las marionetas la sujetara por las caderas con dos hábiles piolines y sus pies parecían danzar al compás del fuego del infierno, que evidentemente, corría tras sus talones.

Sus manos, relajadas de cualquier preocupación vagaban libres y bohemias por el cosmos, intentando, constantemente, vencer la gravedad.

Su cintura, netamente mas pequeña que las caderas, trataba de mantenerse sobria y equilibrada.

En su pecho una elegante curvatura dibujaba esa concavidad en el paisaje que la rodeaba, y su pelo, largo, castaño y sedoso, acariciaba su torso, con singular gracia.

Su rostro hacía a la impresión de un payasito despintado, con ojos orbitantes y boca voluptuosa, además de unas orejas grandes, era definitivamente, un motivo para sonreír durante una mañana entera.

Suelo imaginarla en la mañana, con pijamas acortados por la altura, y las pantuflas, que luego de una intensa y aún mas agotadora búsqueda bajo aquella dimensión desconocida que estaba bajo su lecho de descanso, logró hallar, saludando al día, con dos ojeras inmensas, que descansan imagino, en sus caladas mejillas.

Con el pelo revuelto y la boca llena de esos despreciables conectores salivales que unen el maxilar inferior con el superior cada mañana, en composé con una masa de aire cálido y horrible, que delatan su tendencia caníbal-necrófila, mostrando que mas de un cadáver se habría tragado durante la noche.


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